Del mismo modo que aborrezco el football, su versión a escala reducida, me encanta. Cuantas horas agarrado al manillar de las barras donde descubrí por primera vez lo que era tener callos en las manos.
Técnica, destreza y sobre todo zorrería son ingredientes indispensables para un buen juego. Las normas, sencillas; meter la bola en la portería contraria y en caso de perder la partida, pagar o ceder el puesto a nuevos rivales. ¡Ah! y en caso de derrota por goleada absoluta (quedar a cero), pasar arrastrando el cuerpo por debajo del futbolín. O hacer un "santo" en la nieve en tiempo de invierno.
Cada territorio tiene sus pequeñas normas. Podías ser un experto portero/defensa en tu barrio, irte de vacaciones a otra localidad y saborear el gusto de la humillante derrota cual neófito jugador.
Por estos lares, muchos recordamos la escuela de "Las Vegas". Quien aprendió a jugar en aquellos enormes campos de juego con aquellos muñequitos de calamina con los pies redondeados por los miles de impactos y las bolas casi cuadradas, era capaz de dominar el juego en cualquier campo por hostil que fuera.
Las fotos son de un futbolín de juguete, herencia familiar, en fase de ser restaurado.
lunes, 26 de julio de 2010
Futbolín
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de todo un poco
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3 comentarios:
Jamás supe meter un gol de rebote o con efecto. Cuánta torpeza acumulada en mi para este tipo de juegos.
los recuerdos inborrables de Las Vegas pasan por los apagones las tardes de tormenta y la gran cola de habituales "mirones", una vez subidos "los plomos", reclamando los 5 duros (los más osados reclamaban 20) que tenían metidos en la partida.
otros pillos se aprovechaban de la semi-ceguera de goyo para, como en el Lazarillo, ir a por cambio con monedas de la china o del perú.
así le pasó a sañudo butragueño bisbal, con la mala fortuna que no coló.
La consecuencia, ir rebotando del mostrador al primer billar, de ahí al segundo futbolín y vuelta por el gosthin'goblins del "arreazo" que se llevó.
Cuando se iba la luz de "Las Vegas" la gente se ponía hasta en el billar para reclamar su partida. De repente todas las máquinas tenían dos jugadores.
20 duros no les soltaba Carmen ni harta de cebolletas, a lo sumo te ponía una partida. Y Goyo, a pesar de su enfermedad, te aseguro que las agujas del reloj de tiempo de los billares, les veía a la perfección.
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